Espiando a mamá

 

La luz del sol de la mañana se colaba a través de las cortinas apenas abiertas, proyectando un cálido resplandor en la habitación en penumbra. El pequeño apartamento estaba en silencio, salvo por los susurros de la ciudad fuera de sus muros. En el interior, una mujer llamada Claudia, de unos 40 años, con cabello castaño largo y suelto y penetrantes ojos verdes, acababa de regresar a casa después de una noche agotadora.

 


Su hijo, Matias, estaba escondido detrás de las cortinas, su corazón latía salvajemente mientras la veía aparecer desde la sala de estar hasta el dormitorio. No pudo evitar notar la forma en que su vestido rojo abrazaba cada curva de su cuerpo y la forma en que sus tacones hacían clic en el piso de madera. Sus ojos se abrieron al verla mientras comenzaba a desabotonarse el vestido, dejando al descubierto el delicado encaje de su sujetador debajo.

 

Matias tenía 20 años, una mandíbula cincelada y ojos azules brillantes que reflejaban los de su madre. Siempre la había encontrado atractiva, pero verla así envió una oleada de deseo a través de él. Su erección, visible en los pantalones holgados que llevaba, delataba su anhelo secreto.

 

Cuando Claudia extendió la mano detrás de ella para desabrocharse el vestido, vislumbró la silueta de Matias por el rabillo del ojo. Su corazón dio un vuelco y su cuerpo se tensó por la sorpresa y la vergüenza. Sin embargo, cuando entró completamente en la habitación, su mirada se encontró con la de él y no pudo evitar notar la erección que tensaba su ropa. Una extraña mezcla de emociones la invadió: ira, miedo e, inexplicablemente, excitación.

 

"¿Matias?" Ella susurró, su voz llena de emoción. "¿Qué estás haciendo aquí?"

 

El corazón de Matias se aceleró cuando salió de detrás de las cortinas, sus ojos nunca dejaron el rostro de su madre. "Te-te vi entrar", tartamudeó, su mirada se dirigió hacia donde su vestido se acumulaba a sus pies. "Yo... no podía dormir."

 

Los ojos de Claudia oscilaron entre su hijo y la evidencia de su excitación. Sintió que su propio cuerpo respondía a la situación, a pesar de su mejor juicio. La tensión en el aire era palpable, tan espesa como el silencio que flotaba entre ellos.

 

En ese momento, con la luz del sol entrando por la ventana y proyectando sombras doradas en la habitación, creció una sutil tensión entre madre e hijo. Matias no pudo evitar pensar en todas las veces que había fantaseado con su madre, y Claudia no pudo negar el deseo crudo que surgió dentro de ella al ver la erección de su hijo. Sus miradas se volvieron a encontrar y esta vez no hubo vuelta atrás.

 

"Matias", susurró Claudia, su voz apenas por encima de un susurro. "No me di cuenta... Nunca quise que vieras esto". Sus dedos trazaron el delicado encaje de su sujetador mientras hablaba, atrayendo su atención hacia sus pechos que tensaban contra el material.

 

Sin decir una palabra más, Matias se acercó a su madre y extendió la mano para tomar suavemente su rostro entre sus manos. Sus miradas se cruzaron y, en ese momento, todas las inhibiciones parecieron desvanecerse. El suave roce de sus labios envió una descarga eléctrica a través de ambos, encendiendo un fuego que no pudo contener.

 

Mientras permanecían allí, entrelazados en los brazos del otro, el mundo que los rodeaba pareció desvanecerse. Todo lo que existía era el calor de sus cuerpos apretados, la suavidad de sus labios contra los de él y el creciente deseo que amenazaba con consumirlos a ambos. El apartamento al amanecer se convirtió en un lugar donde los deseos prohibidos cobraban vida, donde el vínculo entre madre e hijo trascendía todas las fronteras.

 

Y en ese momento íntimo, mientras la luz del sol entraba por la ventana y arrojaba un cálido resplandor sobre ellos, Matías y Claudia supieron que nunca volverían a ser los mismos. Porque, aunque habían cruzado una línea que nunca debería cruzarse, había una conexión innegable entre ellos, una que ni podían ni querían negar. Mami siempre me follará bien, pensó Matías mientras su pasión continuaba encendiéndose. Pero por ahora, en este momento, todo lo que importaba era la calidez de su cuerpo contra el de él y el amor que compartían, por retorcido que fuera.

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